Hay caminos que llevan lejos… y otros que llegan al confín del planeta. Esteban Duque eligió el más extremo: la Antártida. Este biólogo marino, nacido y formado en Medellín, ha convertido su pasión por la ciencia en un viaje que lo llevó desde las montañas del Valle de Aburrá hasta los paisajes helados del continente blanco. Allí, en un escenario inhóspito y majestuoso, estudia uno de los ecosistemas más frágiles y esenciales para el futuro de la humanidad: el de las ballenas jorobadas y su migración, un fenómeno natural que une las aguas cálidas del Pacífico colombiano con los hielos australes.
Desde niño, Esteban recuerda haber sentido una fascinación particular por la naturaleza. Mientras muchos de sus amigos jugaban en las calles, él pasaba horas observando insectos, plantas y aves, preguntándose cómo funcionaban los ecosistemas. En Medellín, en medio de un entorno urbano que convive con ríos, montañas y una biodiversidad privilegiada, comenzó a forjarse esa mirada científica y curiosa.
La disciplina de su ciudad también dejó huella. “Medellín me enseñó que la constancia es la clave para abrirse camino en cualquier lugar. Aquí aprendí a estudiar con rigor, a valorar el trabajo en equipo y a no tenerle miedo a los retos”, comparte. Esa mentalidad sería decisiva para lanzarse a una de las expediciones científicas más exigentes del planeta.
Tras formarse como biólogo marino, Esteban buscó siempre conectar su investigación con un impacto real. Su campo de interés se centró en los cetáceos, en especial en las ballenas jorobadas, gigantes marinos que recorren miles de kilómetros cada año desde Colombia hasta la Antártida. Comprender sus rutas migratorias, sus comportamientos y su papel en los océanos no solo es vital para la ciencia, también lo es para la conservación de la vida en el planeta.
En su camino, Esteban se integró a equipos internacionales de investigación que trabajan en proyectos colaborativos, donde confluyen científicos de diferentes países. “La ciencia es universal. No importa si vienes de una ciudad como Medellín o de una gran potencia: lo que importa es la pasión, la disciplina y la capacidad de aportar conocimiento”.
Hablar de la Antártida es hablar de un territorio que desafía la imaginación. El frío extremo, las largas jornadas de luz o de oscuridad, los glaciares que crujen bajo los pies y los paisajes que parecen sacados de otro planeta. Para Esteban, cada expedición ha sido una lección de humildad frente a la fuerza de la naturaleza.
“Caminar sobre hielo te hace consciente de la pequeñez humana frente al tiempo geológico. Escuchar cómo se rompe un glaciar es estremecedor; es como si la Tierra respirara de una forma que no solemos escuchar”, relata. Entre esas vivencias, destaca también la posibilidad de observar especies únicas: pingüinos emperador, focas de Weddell y aves que solo existen en estas latitudes.
Pero no todo es contemplación. El trabajo en la Antártida exige jornadas largas, planificación rigurosa y un alto nivel de resistencia física y mental. “Cada día es un reto: las bajas temperaturas, la logística del equipo, la incertidumbre de las condiciones climáticas. Pero también cada día trae descubrimientos que reafirman por qué estamos allí”.
Más allá de recolectar datos, Esteban tiene claro que la ciencia debe tener un propósito: generar conocimiento que permita proteger el planeta y aportar a las comunidades. Su investigación sobre ballenas jorobadas, por ejemplo, no solo enriquece el campo académico, sino que ayuda a comprender cómo los cambios climáticos y la actividad humana afectan a estos animales y, en consecuencia, a los ecosistemas marinos globales.
“Las ballenas son ingenieras de los océanos: transportan nutrientes, contribuyen al equilibrio de los ecosistemas y, en cierta forma, son aliadas en la lucha contra el cambio climático. Estudiarlas es también entender cómo podemos cuidar nuestra casa común”, explica.
Consciente de sus raíces, Esteban lleva siempre sus hallazgos a Medellín y a Colombia. A través de charlas en universidades, encuentros con estudiantes y publicaciones, comparte sus experiencias para inspirar a nuevas generaciones de científicos. “Mi sueño es que más jóvenes paisas se animen a mirar la ciencia como un camino posible, que sepan que desde aquí también se puede llegar lejos, incluso hasta la Antártida”.
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En cada testimonio, Esteban habla con orgullo de ser paisa. Para él, su origen no es un detalle anecdótico, sino una parte esencial de su identidad como científico. “Llevar el nombre de Medellín hasta la Antártida es un honor. Es mostrar que nuestra gente tiene talento, disciplina y capacidad de aportar al mundo desde cualquier escenario”.
Ese orgullo también se refleja en su rol como embajador de la red Sos Paisa, una plataforma que conecta a los antioqueños en el exterior y que reconoce historias como la suya. “Esta red es una manera de mantenernos unidos, de saber que no importa en qué lugar estemos, siempre llevamos a Medellín en el corazón”.
La historia de Esteban es un recordatorio de que el conocimiento también puede ser un motivo de orgullo cultural. Así como el arte, la música o el emprendimiento, la ciencia paisa está cruzando fronteras y posicionando a Medellín como un territorio que aporta al mundo desde múltiples frentes.
“Quiero que cada vez que alguien escuche sobre mis investigaciones, piense también en Medellín. Que asocien a nuestra ciudad con talento, innovación y compromiso con el futuro del planeta”, concluye.
Si tú también crees que la ciencia puede transformar el futuro y que las historias de paisas en el mundo son una fuente de inspiración, únete a la Red Sos Paisa en www.sospaisa.com Allí podrás conocer más relatos como el de Esteban Duque, compartir tus propias experiencias y ser parte de una comunidad global que lleva a Medellín en el corazón, desde cualquier rincón del planeta, incluso desde la Antártida