En medio del bullicio incesante de Nueva York, donde los rascacielos parecen competir por tocar el cielo y las calles se convierten en un desfile constante de culturas, acentos y sueños, un paisa ha encontrado en el teatro su refugio y su escenario universal. Se trata de Thiago Jiménez, un actor formado en Medellín que ha llevado su pasión por las tablas a la Gran Manzana, convirtiéndose en un puente entre su tierra y el mundo.
La historia de Thiago comienza en los escenarios modestos de Medellín, cuando todavía era un joven que buscaba en el arte una forma de comprender y transformar la realidad que lo rodeaba. Entre talleres comunitarios, funciones escolares y montajes independientes, descubrió que el teatro no era simplemente entretenimiento: era una forma de resistencia, de memoria y de encuentro con los otros. Esa certeza lo acompañaría años más tarde cuando decidió dar el salto a Nueva York, la ciudad que nunca duerme y que acoge, con la misma intensidad, tanto los sueños más ambiciosos como los retos más desafiantes.
En la conversación con Thiago, la palabra “Medellín” aparece siempre cargada de orgullo. Recuerda con nitidez la fuerza cultural de una ciudad que, a pesar de las adversidades, ha encontrado en el arte un camino de transformación. “Medellín me dio las primeras tablas, me dio la oportunidad de equivocarme, de aprender, de encontrar maestros que me mostraron que el teatro es un espejo de la sociedad”, dice con emoción.
En aquellos años, las salas alternativas, los grupos independientes y los festivales locales fueron su escuela. Allí aprendió que el arte paisa tiene una capacidad especial de hablar desde lo cotidiano, de narrar historias que parecen pequeñas, pero que contienen una fuerza universal. “El teatro en Medellín siempre ha tenido esa potencia: contar lo nuestro para que cualquier persona en el mundo pueda reconocerse en esas historias”.
Migrar nunca es sencillo, y mucho menos cuando se trata de hacerlo en una de las capitales culturales más competitivas del planeta. Para Thiago, llegar a Nueva York fue como empezar de cero: audiciones interminables, la necesidad de perfeccionar el inglés, las diferencias culturales y la incertidumbre económica. Sin embargo, cada obstáculo se convirtió en una lección.
“Al principio pensaba que tenía que adaptarme completamente al estilo de aquí, pero luego entendí que lo que me hacía diferente era justamente mi raíz paisa. Eso se volvió mi sello: no imitar lo que ya existe, sino traer al escenario la autenticidad de mi cultura”, cuenta.
Nueva York, con su diversidad de teatros que van desde Broadway hasta los espacios experimentales en Brooklyn, le abrió las puertas a un universo de posibilidades. Allí ha compartido escena con artistas de diferentes nacionalidades y ha comprobado que la pasión por el teatro trasciende fronteras. “En cada función siento que llevo conmigo un pedacito de Medellín. Mi acento, mis gestos, mis recuerdos se filtran en los personajes y, de alguna manera, hacen que el público conozca mi tierra sin que yo tenga que nombrarla”.
En la charla, Thiago define el teatro como su “raíz portátil”. Una metáfora que revela mucho más que una frase inspiradora. Para él, el teatro es la manera de permanecer conectado a su identidad sin importar el lugar donde esté. “La raíz no es algo fijo en la tierra, también puede moverse contigo. El teatro me permite llevar mis recuerdos, mis afectos y mi cultura a cualquier escenario. Es como tener a Medellín en la maleta”.
Esa idea de la raíz portátil también se convierte en un acto de resistencia cultural. Cada vez que interpreta un personaje, Thiago busca que, además de la técnica y la emoción, haya un pedazo de su historia personal. “No importa si el público es neoyorquino, europeo o asiático: las emociones humanas son universales, pero la manera en que las contamos tiene la huella de nuestro origen. Yo quiero que esa huella sea la de Medellín, la de Antioquia, la de los paisas que no olvidan de dónde vienen”.
Aunque lleva años en Nueva York, Thiago sigue de cerca lo que ocurre en Medellín. Habla con admiración de la fuerza creativa de la ciudad y de cómo las nuevas generaciones de artistas están construyendo un panorama cultural vibrante y diverso. “Me llena de orgullo ver cómo Medellín se ha convertido en un referente internacional en muchas áreas, y el arte no es la excepción. Cada vez hay más festivales, más colectivos, más gente apostándole al teatro, a la danza, a la música. Eso demuestra que la cultura es nuestro mejor embajador”.
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Desde la distancia, siente también la responsabilidad de representar a su ciudad con dignidad. “Cuando alguien me pregunta de dónde soy, digo con orgullo que soy paisa. No porque todo sea perfecto, sino porque creo en la capacidad de nuestra gente para reinventarse y salir adelante”.
La historia de Thiago es, en esencia, la de muchos paisas que han encontrado en el exterior un escenario para crecer y aportar al mundo. Su mensaje para ellos es claro: “Nunca olviden que nuestras raíces son nuestra mayor fortaleza. Podemos estar en cualquier parte del planeta, pero lo que nos define es la cultura, el trabajo duro y la pasión que llevamos dentro”.
En cada función, Thiago confirma que el teatro puede emocionar tanto a quienes extrañan su tierra como a quienes la descubren por primera vez a través de su trabajo. Esa es la magia de su oficio: tender puentes entre mundos distintos y recordar que, sin importar la distancia, Medellín siempre vibra en sus pasos sobre el escenario.
La experiencia de Thiago es también un recordatorio del propósito de la red Sos Paisa: conectar a los paisas en el exterior, reconocer sus logros y hacerlos parte activa de un relato colectivo que trasciende fronteras. Historias como la suya muestran que la identidad no se pierde, se transforma y se comparte con el mundo.
Por eso, si tú también crees en el poder del arte y en la capacidad de los paisas para emocionar y transformar desde cualquier lugar del planeta, te invitamos a unirte a la red en www.sospaisa.com